15.7.07

“Ahí estábamos las dos. Extrañamente no hacía calor. Entonces, tomé su mano y ella sonrió…”

La tarde gentil que julio le obsequiaba y esa caricia con el pulgar sobre el dorso de su mano, la alentaron a escribir en la servilleta:


“eres como una nota de amor que cayó de un libro viejo”

Esto es así. Todas las historias son eventualmente olvidadas por alguien. EL buen sabor de boca que dejan esas charlas de sobremesa, se pierde con el ruido de platos y agua cayendo al zinc. Las escenas fabulosas se disipan en los labios de quien las narra y, aquel que escucha, las evoca como aburridos diseños návajo sobre una alfombra vieja y polvorienta.

La otra mujer no brindó metáforas.

O tal vez sí.

Al zafarse de aquellas manos temblorosas, sorbió un trago de café y calló.



Su silencio se desplomó sobre la mesa como un pájaro muerto.

Excepto el desamor.